banderaargenticacielo(Susana López Chicón) Emigrar a otro país no es fácil, uno deja anclados muchos recuerdos y vivencias que son patrimonio del país en el que vive y aunque resultan ser inolvidables por la idiosincrasia de cada lugar también se convierten en únicos y especiales.

 

Dejar Buenos Aires para mi familia de emigrantes españoles afincados allá durante años, no fue fácil, pero si fue diferente en cuanto a las causas por las que normalmente uno emigra, en nuestro caso no fue ni por problemas políticos, ni por una mala situación económica ni nada relacionado con temas de trabajo. Vivíamos bien, en un sitio hermoso, rodeados de amigos que aún hoy conservo y teniendo la inmensa suerte de haber disfrutado de una infancia rodeada de naturaleza, cariño y esa ternura y camaradería que solo en los momentos en que uno es chico es capaz de dar y ofrecer.

 

Formábamos una de las pandillas al estilo de las películas infantiles donde había unas normas que nadie imponía y unas vivencias que todos compartíamos, pero un día nos desvalijaron la casa (traduzco para quien no comprenda esta palabra en toda su amplitud: salvo las perchas y los muebles, en mi casa no quedó nada más ) Este robo en el transcurso de un par de horas a lo sumo,  fue trascendental para mis padres a los cuales ya les rondaba la idea de venir a España, y en concreto a Málaga donde ya teníamos un piso y habíamos venido con anterioridad cautivados por la hermosura de visitar Ronda la tierra de mi madre y mis abuelos.

 

El hecho de que nos robaran y la actitud de una policía argentina que carecía de confianza y seguridad y que nos daba palmaditas por haber tenido “suerte” fue el detonante para salir de aquella tierra a la que tanto mis padres como yo, queríamos profundamente, por lo hermosa, por su gente hecha de retazos de tantos países y donde no importa de donde vengas para sentirte parte integrante de una población educada, culta, sentida y maravillosa.

 

El argentino que yo conocí, la Argentina que yo viví fueron sin lugar a dudas de una calidad que hoy en día me resulta difícil reconocer a través de las noticias y de la imagen que los políticos siempre corruptos y traidores  su patria han mostrado al mundo, echando sobre esta población y sobre su hermosa tierra, una imagen de lo que es hoy en día gracias a ellos y obviando a la verdadera esencia del pueblo argentino que es la nobleza, la educación, el saber estar y tantos detalles que hacen a esta nación única e inigualable.

 

Yo no creo que tenga sangre india por ningún lado pero cuando se habla incorrectamente de la que aún considero mi  patria, aunque hoy día tenga dos países, me siento galopando a lomos de un caballo por aquellas extensas praderas y defendiéndola a muerte con las boleadoras al más puro estilo gaucho y siento profundamente, no saben cuanto, que se hable de mi país de forma chabacana y despectiva, rodeándola de miseria, incultura y falta de sentido común por culpa de unos gobernantes inútiles y soberbios que  no han pensado en dejarle el mejor país a sus hijos y hacer de esta tierra un lugar inhóspito en el que enriquecerse e idolatrarse.

 

Durante mi época escolar nos inculcaban en los libros de texto como el gaucho debatía sus problemas con un mate delante sorbo a sorbo y palabra a palabra, con la experiencia del que sabe mucho de la vida y conoce lo más profundo del hombre, nos llenaban la cabeza y el corazón de amor a la bandera, a los símbolos patrios, a la unidad de un país grandioso y lleno de paisajes espectaculares, donde italianos, españoles, turcos, judíos, o alemanes formaban parte de una nueva raza, cada uno conservando su riqueza y sus tradiciones pero poniéndola a disposición de todos los demás y así Argentina podemos decir que es una tierra donde todos conviven en armonía y formando una mezcolanza que ha enriquecido el vocabulario, la gastronomía, la educación y que ha aportado a este país una riqueza sorprendente, que lamentablemente la casta política siempre  ha ido mermando.

 

Sin embargo en lo más profundo siempre destacan los valores innatos que hacen que de vez en cuando destaquen personas inigualables que nos hacen grandes y demuestran fuera o dentro de sus fronteras, que aún existe el argentino inimitable, especial, humano en toda la amplitud de la palabra y que con su forma de ser llega a resumir lo que uno recuerda en esencia de aquella tierra y ellos son los que se encargan de trasmitir los verdaderos valores y aunque su camino y su palabra sean guiados por la palabra de Dios, la cuna en la que vivieron los hace especiales y únicos.

 

Lo que somos y como somos se trasmite por nuestros actos y Argentina, que tanto me duele, hoy y siempre, debe tener como modelo a quien la ennoblece y la hace sublime, y no a aquellos que dilapidándola han puesto sus armas en manos de una población confundida a la que quieren despojar de sus mejores bienes: su cultura, su capacidad de lucha y el cariño inmenso a la tierra que pisan.

 

Hoy agradezco mi infancia en Buenos Aires y mi juventud y madurez en España, dos países maravillosos a los que quiero profundamente y a los que defiendo a ultranza, los dos han conformado lo que soy, pero no tolero que se hable mal de una tierra simplemente porque quien dirige su destino haya perdido el corazón y la cabeza.