Aquella tarde, Juan tuvo la sensación de que en alguna otra vida ya había pasado por el mismo escenario, la tarde oscura iba avanzando las nubes en el cielo, tiñéndose de un color gris plomizo, con la gran amenaza de una lluvia, de las que calan hasta los huesos.
El seguía en la cuarta farola de la calle Pi, esquina con la Gran Avenida, esperando a su pareja, a la persona que estaba llamada a ser quien le acompañara en sus sueños de futuro, pero aún tenia la desconfianza de que pudiera ser verdad, de que llegara a la hora señalada… Cinco minutos más y saldría de todas esas dudas existenciales.
Apenas a unos segundos antes de la hora establecida, le vio llegar, era tal y como se había descrito por la red de contactos, con todos los detalles, pero Juan vio la clave de su llegada a punto, en su muñeca derecha portaba uno de los relojes Tag Heuer que tanto deseaba poseer y justo fue el acierto ideal para la llegada a tiempo.
Nuestra cita fue deleitada con un estupendo café y se acompañó de unos estupendos dulces suizos, recordamos detalles justo del centro de Europa y contamos anécdotas del viejo continente, con el desafío del frío y al aguacero que caía en ese momento.
Sin pensarlo, la persona que ilusionó mis sueños, sacó una hermosa caja, engalanada con el lazo perfecto y dejó sobre mis manos para que lo desempaquetada tirando de un solo lado y mi sorpresa fue mayúscula al descubrir ese logo inconfundible de Relojes Omega, ideal para llegar siempre a tiempo juntos, hasta el fin del mundo.
Todo esto nos hace recordar que el tiempo es justo, y la vida corta, vivamos.
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