(Por Moisés S. Palmero Aranda Educador ambiental) Mientras España sigue ardiendo y desaparecen bosques, aldeas y mueren ciudadanos, nuestros políticos vuelven a recordarnos su bajeza moral, convirtiendo otra catástrofe natural, social y económica sin precedentes en un campo de batalla. Otro ejemplo más para demostrarnos que para ellos no somos importantes, que, ante todo, está el partido, su ego y los intereses personales.
Interpretan el papel de dolientes y, con cara de circunstancias, mirando a cámara, nos escupen sin escrúpulos frases manidas y promesas que nunca cumplirán. Palabras que se nos clavan como puñales, que sentimos como una patada en el bajo vientre, como un crochet en la mandíbula para dejarnos noqueados, humillados, derrotados y solos. Con la certeza de que son capaces de bailar sobre nuestras tumbas para justificar su inacción, incapacidad, negligencia, su falta de criterio, de raciocinio, sus negocios espurios y políticas de espaldas a la ciencia, a los intereses de la ciudadanía, contra el bien común y para favorecer la propiedad privada de sus amigos.
En apenas cinco años hemos tenido la desgracia de ver su comportamiento repetido milimétricamente. Por eso estamos cansados, decepcionados, defraudados, asqueados de escucharlos, de sus redes sociales, sus ausencias y sus provocaciones. El COVID, el volcán de La Palma, Filomena, la Dana de Valencia y ahora el fuego han servido para verlos arrojarse a la cara, mientras el pueblo sufre las penurias: mascarillas, sanitarios, muertos en las residencias, lava, barracones, nieve, palas, barro, predicciones, mensajes de móvil, jueces, leyes y ahora ascuas ardiendo, bolas de cenizas incandescentes, competencias, avionetas y retenes.
Soy partidario, creo que es necesario, aunque soy pesimista de que se termine por llevar a cabo, del Pacto de Estado contra la emergencia climática, como también lo soy del de la Educación, la Sanidad Pública y la Inmigración, aunque luego sean papel mojado, un bonito logotipo que engloba ideas, pero no acciones estructurales, solo superficiales que no solucionan los problemas. El mejor ejemplo es el último que se firmó en España en 2017, y que ha sido renovado en febrero de este año, contra la violencia de género. Supongo que los comienzos siempre son difíciles y que por algún sitio hay que empezar.
El único pacto de Estado que podría reconducir la situación, devolvernos la democracia, la confianza, la credibilidad en nuestros dirigentes, en la política, en las instituciones, es un pacto ético de respeto, de civismo, de sentido común, de empatía, de responsabilidad, de serenidad, de educación básica ciudadana.
Un compromiso entre los partidos para callarse la boca públicamente, alejarse de los debates intrascendentes y vacíos, de la violencia verbal en las redes sociales y de las fotos superficiales de postureo. Para no separarnos, dividirnos, enfrentarnos y no estar siempre de campaña electoral, escurriendo el bulto y escupiéndose él “y tú más”, bulos, bilis, mentiras y ruido.
Que hagan política, discutan, debatan, lleguen a acuerdos, a consensos y pacten en el Congreso, en el Senado, en los plenos de los ayuntamientos, en los parlamentos autonómicos. Que el objetivo sea nuestro bienestar y desarrollo como comunidad, como sociedad, que sean ejemplo a seguir y las normas sean justas e iguales para todos. Solo así volveremos a sentirnos partícipes, protegidos, la parte fundamental del sistema, no marionetas olvidadas en un cajón y acariciadas cada cuatro años.
El último lustro nos ha puesto contra las cuerdas en muchas ocasiones y en todas las catástrofes vividas hemos llegado a la misma conclusión: necesitamos inversiones y trabajadores públicos, nunca privados ni privatizados, para prevenir, planificar, adaptarnos a las nuevas condiciones climáticas, adelantarnos a la naturaleza y minimizar los impactos, hacer cumplir las leyes, tenemos muchas y suficientes, y, sobre todo, dar soluciones a los afectados, socorrerlos durante y después de la tragedia, hasta que sus vidas sean igual, si eso es posible, a las de antes.
Tarde o temprano seremos nosotros los que necesitemos de los demás. Cuando eso ocurra, no quiero perder el tiempo con la sensación de que el fuego enemigo del que tenemos que protegernos es de ellos, mientras no nos demuestren lo contrario y, como cantaba Calamaro, la basura de la alta suciedad.