(Antonio Serrano Santos) Día mundial del enfermo: Sobre la eutanasia activa y el suicidio asistido

Antes de entrar en materia, este artículo va dirigido, con todo respeto, a los que no admiten la eutanasia( activa) ni el el suicidio asistido, y también a los que sí los aceptan. Y para ello , creemos que es bueno tener en cuenta lo que dice Aristóteles: “ Sólo una mente educada puede entender un pensamiento diferente al suyo sin necesidad de aceptarlo”. Es decir, en el primer caso, culpar, sin más, a los que los admiten, por motivos no religiosos, por ejemplo, es no entender su postura, aparte de no aceptarla. En el segundo caso, culpar a los que los rechazan por motivos religiosos, también es no entender su postura y eso que no tienen por qué sentirse obligados a aceptarla. Se trata, pues, de ponerse en el lugar del otro intentando entender y respetuosamente.

La eutanasia activa es provocar la muerte, directamente, terminal o no. La eutanasia pasiva es la aplicación de paliativos de tal manera que, sin provocar la muerte directamente, sí consigue aliviar o eliminar los dolores, aunque esa aplicación suponga, en general,  abreviar las horas del fallecimiento, conservando la lucidez mental. El suicidio, médicamente asistido, es provocarse, directamente, la muerte, el enfermo, con paliativos o sin ellos, con ayuda médica ingiriendo una dosis de sustancia o, inyección, letales. En ambos casos puede darse un estado de consciencia o inconsciencia, para lo que se necesita el consentimiento personal previo del enfermo, o del familiar, posterior, si no lo hubiere. En los dos casos, puede ser que tengan tiempo para prepararse a morir según su educación espiritual, intelectual o de cualquier clase. Lo que, en este aspecto, es acorde con la dignidad humana.

Dicho esto, intentamos enfocar el problema teniendo en cuenta testimonios, los más abundantes, de médicos que demuestran que, en general, el enfermo, en estado terminal, o no, no desea la muerte ni que se le aplique de ninguna manera y agota todos los medios para sobrevivir. Se puede afirmar, según estos datos fidedignos, que son muy pocos y excepción que confirma la regla, los que piden la eutanasia activa o el suicidio asistido. Por lo que crear  una ley de eutanasia activa y del suicidio asistido no tiene suficientes motivos, ya que  toda ley, para serlo, debe ser para el bien común, no para unas minorías. Ley, no. Otra cosa es el dictamen de un juez o tribunal que, en ciertas circunstancias,  lo permita, no que lo ordene, convirtiendo un delito en un derecho.Como sería el retirar toda ayuda clínica que exacerbe el sufrimiento o sea totalmente inútil y pueda morir en paz sin necesidad de provocar, directamente, la muerte.

Aquí sí que influyen dos cosas: un sentimiento mal entendido, y  subliminalmente asimilado, de compasión, y ciertas ideologías políticas o religiosas. Compasión mal entendida, porque, en general, el enfermo no quiere morir, y menos solo, sino, en todo caso, estar acompañado, amado y ayudado, sepa que se va a recuperar o no. Compadecer es “ padecer con” el que sufre; no, matarlo para quitarle el sufrimiento y, conscientes o inconscientemente, librarnos nosotros del sufrimiento de verlo así.

Otro enfoque del problema, si se nos permite o entiende nuestro pensamiento, según Aristóteles, es desde la fe: Entre el temor y la esperanza, está el amor. “El amor echa fuera el temor” . El amor no teme a la muerte, aunque tema el dolor. La esperanza es alegre porque, a diferencia del temor, que hace sufrir por el mal que espera, como es la muerte, ella espera algo bueno y, por eso, es alegre. La fe no es tal si no conlleva esperanza y amor. El auténtico creyente, no el rutinario o hipócrita, el que pone su fe en el amor y la esperanza, superando las naturales y humanas dudas, dolores y hasta pecados, ve en la muerte el encuentro con Dios como Padre,  paz y vida feliz eterna, con sus seres queridos, misericordia infinita. Cree en el ejemplo y enseñanza de Jesucristo: “ El que cree en mi, no morirá para siempre y Yo lo resucitaré el último día”. “ Yo también quiero resucitar. Ser feliz toda la eternidad. Y vivir con los que tanto amé, una paz que no terminará”. Canta el pueblo cristiano. “Ya no habrá más frío, ni calor, ni llanto, ni dolor, ni muerte y Dios enjugará las lágrimas de sus hijos”. Apocalipsis.

Infinitos ejemplos hay de pesonas, y santos, que murieron en paz y alegres en su espíritu, en medio de sus dolores, por esa fe y esperanza. Si la eutanasia activa y el suicidio asistido se hace por pura desesperación, sin fe ni esperanza en un más allá feliz y el ecuentro con un Dios Padre bondadoso que nos aclarará el por qué misterioso del dolor y la muerte, habiendo El pasado, antes, por todo eso en Jesús-Dios, también, entonces, sí que la eutanasia y el suicidio asistido, puede explicarse como opción. Y nos queda,entonces, la nada, el absurdo, la total desesperación; queda sin sentido la vida y la muerte. Dios no sería Dios si no tuviera una respuesta y fuera el causante de nuestros males. Por eso el pueblo nunca dice:¿ Por qué Dios quiere estos males? Sino “ ¿Por qué permite Dios estos males? Sin embargo, Dios nos deja, a veces, señales, como en el evangelio con las curaciones milagrosas de Jesús,de que la enfermedad y la muerte no tienen la última palabra. Como en Lourdes, cuya festividad celebramos, precisamente, hoy, donde estuvimos los de Campillos, y algunos alumnos del colegio San José, hace 33 años, y vimos esas curaciones inexplicables. Si las obras de Dios fueran fácilmente comprendidas por los hombres no se dirían maravillosas ni extraordinarias.

El que con fe, amor y esperanza, espera su muerte, no necesita la eutanasia ni un suicidio asistido. Sin que este pensamiento suponga desprecio o no “entender el pensamiento diferente al suyo, sin tener necesidad, por tanto, de aceptarlo”. Siguiendo a Aristólteles.

¡ Oh, buen Dios, Padre bueno!No quiero hacer, por miedo,

lo que, por amor, me mandas. Imagen y expresión tuya es

el buen Jesús. Ya sabemos, ¡oh, buen Dios!cómo eres Tú.

Atravesar el túnel de la muerte es ir al encuentro tuyo.

Tus brazos nos esperan, Padre bueno, al despertar

del sueño de esta vida. Hijo pródigo, a tu encuentro,

saliendo de esta horrible pesadilla, la esperanza del perdón

me anima; la fe en tu amor de Padre me llena de alegría.

No soy digno de llamarme hijo tuyo, y Tú me llamas hijo,

todavía.