(Por Moisés S. Palmero Aranda Educador ambiental) Tumbado en el suelo, con La Revuelta de fondo, el miércoles pasado, 29 de octubre, estaba pensando en la intensa semana que se me presenta y de qué narices voy a hablar en la mesa redonda a la que me ha invitado Ecologistas En Acción el próximo siete de noviembre, cuando de repente, el universo me habló. Debe ser que los astros me ven un poco disperso, desmotivado, descorazonado, y querían que me centrase, porque ya había dado síntomas unos minutos antes de empezar a divagar al intentar entender a qué se refieren con eso de las causas ambientales.
Es un poco confuso, porque causa tiene muchas acepciones. Según la RAE, puede referirse, entre otras, al origen de algo; el motivo o la razón para actuar; o, en Derecho, un litigio o pleito abierto. Quizá la hayan elegido por eso mismo, así cada uno se queda con la que más sentido le encuentre. Yo me quedo con la segunda, pero vete tú a saber, que los ecologistas no dan puntadas sin hilo.
Conociéndome como me conoce, para que no me fuese por las ramas, me aburriese y me dejase llevar por las caricias de Morfeo, el universo me envió unos minutos de lluvia intensa, que me obligaron a levantarme para cerrar la ventana por donde ya había entrado agua. Lo que vi en la calle me recordó, inevitablemente, al funeral de esa misma tarde por la DANA de Valencia (Mazón, sayonara, baby) y la tremenda granizada que cayó, justo hace un año, en mi pueblo, causando innumerables destrozos de los que aún nos estamos recuperando y que puso sobre la mesa que cuando la naturaleza habla, y cada vez lo hace más, todos deberíamos escuchar.
Una vez pasada la fregona, volví a tumbarme pensando en la coincidencia y cruzando los dedos para que la lluvia no hiciese mucho daño, y el universo volvió a zarandearme, esta vez literalmente, porque me mandó un terremoto de 4,2 grados de intensidad. Tres o cuatro segundos eternos que llenaron mi mente de cosas que debía hacer, pero que no hice.
En realidad, el universo no quería hablarme; lo que quería era que prestase atención a lo que Manolo García estaba a punto de decirme a pesar de las gilipolleces de Broncano. Fueron un par de minutos, pero suficientes para poner sobre la mesa la desafección que tiene el pueblo con sus dirigentes; las injusticias sociales a las que nos abocan sus decisiones; el voraz capitalismo en el que se basa nuestra sociedad y del que ellos son cómplices y nosotros afectados; y la defensa del mundo rural y la naturaleza para encontrar de nuevo el equilibrio, el personal y el colectivo, y reconducirnos por otros derroteros.
Luego cantó su último tema, “No estás solo, tienes tu voz”, y todo terminó de quedarme claro. Debo olvidarme de las grandes cifras, la masa y lo general, para centrarme en las voces personales, críticas, experimentadas o no, con ganas de sumar esfuerzos, que hablan y trabajan desde y por lo local para denunciar, defender y divulgar las causas ambientales, que por desgracia son muchas y complejas.
Esta semana en la que tendré ocasión de dar una charla de voluntariado ambiental en la UAL, de participar en un stand en el Juvealmeria y de contar cuentos para todo el colegio de Carchuna, con la sensación permanente de estar predicando en el desierto, encarando hidras de tres cabezas que se regeneran a cada golpe, o arrastrando como Sísifo, la misma piedra una y otra vez, nos dedicaremos a buscar, en la feria de las causas ambientales, esas voces críticas, solitarias, tímidas, que se están descubriendo, reinventando, reconstruyendo, imperceptibles tras el ruido de fondo, confundidas por el brillo de la comodidad del deseo, empujadas a los callejones oscuros del extrarradio de lo normativo o silenciadas por creencias, guerras ideológicas y la amenaza del aislamiento social, pero que tienen ganas de gritar.
Porque transformando lo más cercano, lo que te duele, lo inmediato, lo pequeño, lo palpable, lo visible, lo posible del imposible, es la mejor manera de cambiar lo global y, sobre todo, de no caer en el desaliento, de no desesperarse ante las cien puertas cerradas, de no perderse en las noches de tormenta, o para no esconderse tras el lastimero aullido del incomprendido.
No sé si era eso lo que el universo quería decirme; la próxima vez que me llame por teléfono, así no me lio tanto. Pero no te asustes, si tienes algo que decir, o solo quieres escuchar, vente a la feria; allí todos los grupos ecologistas, conservacionistas y naturalistas seremos más concretos, participativos y colaborativos, que ya hay demasiados liantes sueltos que solo quieren confundirnos.



















