(Jacinto Martínez) Previamente a las elecciones generales todo my afán se centraba en llamar y reclamar el voto responsable, ponderado y sopesado para dirigir la senda de nuestro país en los próximos cuatro años. Los resultados electorales, legales y legítimos plantean, a mi juicio un futuro próximo desalentador.
Y, ¿cuáles serían las razones para el desencanto?. Pues, la primera es comprobar que no somos capaces de aprender de nuestros errores:
1º Hemos olvidado que muy recientemente hemos sufrido las consecuencias de una terrible crisis económica de la que nos han sacado las familias, y sin embargo parece ser que la sociedad moderna quiere acabar con ellas. La actuación de nuestros gobernantes en esa crisis, en la que los héroes fueron los pensionistas, fue negarla, mentirnos y a continuación hacernos sufrirla después de un periodo de despilfarro que buscaba únicamente un bastardo rédito político. Pensemos que a las puertas, al parecer, de una nueva recesión política la historia se repite.
2º Hemos respaldado en las urnas esta actuación que lejos de ser prudente, nos va a arruinar hasta límites aún desconocidos; supongo que con la esperanza irresponsable de que los pensionistas, a los que amenazamos continuamente, vuelvan a sacar las castañas del fuego al que hemos echado gasolina.
La segunda, porque el descrédito de la política se ha extendido a vanalizar el hecho más sagrado de la democracia, emitir un voto responsable. El que los políticos hayan convertido en normal la falta de honorabilidad ofreciéndonos unos valores que están dispuestos a cambiar, en apenas unos segundos, por otros si no les son electoralmente rentables, se ha trasladado a la sociedad que vota sin plantearse seriamente las consecuencias; con una lamentable diferencia, que nosotros no podemos cambiar de criterio hasta dentro de cuatro años; mientras tanto hay que asumir las consecuencias.
La tercera razón para la decepción es que hemos consagrado el “todo vale” con tal de conseguir lo que quiero; es decir, hemos refrendado con nuestro voto una peligrosa consigna: que el fin justifique los medios, cualquier medio, y esto puede justificar el fraude, la ilegalidad, la ruptura de España e incluso nuestra ruina. Luego lo lamentaremos, pero probablemente será tarde.
Finalmente, por no extenderme más, me produce decepción que esté mal visto, y por ello renunciemos a defender lo nuestro; nuestras tradiciones, nuestra cultura, nuestro sentido de la gallardía y el honor, nuestro sentido de la unión y la fuerza que supone el mantenerla, e incluso que renunciemos a la inteligencia colectiva que ha caracterizado históricamente a los españoles, dejándonos embaucar por corrientes de pensamiento, a todas luces interesadas, y desde luego carentes de sentido común.