(Antonio Serrano Santos) No hay cosa más triste que una boda triste. No creo que haya un acto social, una ceremonia, un rito, una fiesta más alegre que una boda y, si los novios son jóvenes, más alegre aún. Y esto ocurre en todos los países del mundo.Desde las tribus más apartadas de la civilización hasta las ciudades más avanzadas.

Elemento esencial para alegrar la boda es el vino, en primer lugar; vino, champán, licores, Güisqui, cervezas…Dice la Biblia, en la que el vino ocupa un lugar tan esencial hasta ser la materia de consagración en la Eucaristía, “ “ Vinum laetificat cor hominis”: “ El vino alegra el corazón del hombre”.

Luego está la clásica tarta de Boda en sus una  y  mil formas artísticas, desde la filigrana hasta la  erupción “ volcánica” de la chica que sale desde dentro . Y eso sin hablar de la “ despedida” de soltero, anterior. El vestido de novia, de infinitas modas y costumbres y de todos los colores.

Si falta tan sólo uno de estos elementos, la boda quedará para siempre tarada en un tristísimo recuerdo que jamás se les olvidará a los novios y a todos los comensales. Y le puede acompañar desde la compasión hasta la risa cruel y despreciativa de algunos que despreciaron la boda como ridícula y de pobretones.

En mi boda sólo faltó la famosa “ tarta de boda”. ¿ Fue imprevisión, olvido, despreocupación? No sabemos, pero se nos quedó para siempre ese recuerdo. Aunque no impidió la felicidad. Depende de cómo se entiende y se vive la boda.

“ Se celebraba una boda en Canal de Galilea. Estaba allí la madre de Jesús”. Vamos a ir por partes analizando la narración. Hay que observar los detalles. El evangelista Juan va narrando, como todos los evangelistas, con una sorprendente sencillez como sin darle mucha importancia a lo que sucede. Sin aspavientos ni exclamaciones, nada más; no intenta convencer a nadie. “Estaba allí la Madre de Jesús”. Dice “ estaba”, no que fuera invitada. Este detalle nos dice que estaba allí para ayudar, como hizo con su pariente Isabel. Tan es así que parece que sólo ella advirtió la falta nada menos que de vino. Los numerosos invitados, más Jesús con sus cinco, entonces, primeros discípulos, la fiesta que se prolongaba en aquellas costumbres como una semana, llegó a faltar el vino. Sería una pareja no muy pudiente. A los dos días faltó el vino. No sabemos si los novios y el maestresala se dieron cuenta. Ella, sí.

Antes que corriera la mala noticia, antes que la vergüenza entristeciera a los novios, antes que se formara el jaleo y protestas de los invitados, se acercó, seguramente, con discreción, y bajito, a su Hijo: “ No tienen vino”. Con sus ojos puestos en el rostro de Jesús observando su gesto, esperó. No pide, no suplica, no manda. Pero hay algo de todo ello en la exposición de la necesidad. Podría haber dicho: “¡ Pobrecillos, no tienen vino! ¡Qué triste va a ser, tan jóvenes,su boda!”. No, sólo espera. La respuesta, para cualquiera, sería desconcertante: “ Mujer¿ qué nos va a ti y a Mi? Todavía no ha llegado mi hora”.

Una especie de desprecio a su madre y a la boda. Las almas como Ella no hacen caso de las negativas de Dios. Porque no lo diría por Ella, para probar su fe, la que reyó posible la concepción virginal de su Hijo, sino por nosotros. Ella conocía muy bien a su hijo. Treinta años de convivencia, observando a su hijo como todas las madres, desde sus primeros vagidos, sus primeras sonrisas, sus primeros pasos, su pecho amamantándolo, sus primeras palabras, su adolescencia, su revelación progresiva como Hijo de Dios, admirada de lo que el ángel ya le advirtió, sin haberle  visto hacer ningún milagro, porque el evangelista dice que “ése fue el primer milagro que hizo Jesús y creyeron en Él sus discípulos”. Es asombroso para nuestras pobres y pequeñas mentes y más pequeña aún nuestra fe, cómo Ella sin sentirse herida por el aparente menosprecio de su Hijo, ni desconfiada por la negativa, ni aceptarla por obediencia, es admirable que se vuelva a los servidores y, sin más insistencia, les dice: “ Haced lo que Él os diga”. No sabía lo que iba a hacer Él, pero sí que lo haría. ¡ Qué delicadeza, qué detalles de esta sencilla mujer!

Pero más admirable es la actitud de Jesús. “ Dios es poderoso y generoso para darnos más de lo que nosotros pedimos y entendemos”, palabras de la Escritura. “Había allí seis tinajas de piedra, de las que usan los judíos en sus numerosas purificaciones” en las que en cada una de ellas cabía dos o tres metretas”. La metreta era una medida como de 40 litros. Seis tinajas, cada una con dos o tres , suponían 40 u 80 litros; por seis,  480 0 720 litros. Nada raro en unas bodas que solían durar casi una semana en aquellos lares.

“ Llenad de agua esas tinajas”. Dijo Jesús. Y, dice el evangelista, “ las llenaron hasta arriba”. Parece que ese llenar hasta arriba” tenía un tono como diciendo: ¿ Quiere agua, pues ahí va agua? Algo de ironía y burla como pensando, si lo que hace falta es vino¿ a qué agua? “ Sacad ahora y llevadlo al maestresala(el encargado de la boda)”. Habría que ver la cara de los sirvientes con la vasija de agua convertida en vino. “ Cuando el maestresala probó el vino, llamó al novio y le dijo: todos sacan el vino bueno al principio y, cuando ya están bebidos, sacan el peor. Tú, en cambio, has sacado el vino bueno al final”. El novio, si no supo que faltaba el vino, por la discreción de María, se alegraría sin saber por qué. Vino buenísimo y abundante. Para que luego digan que Dios, Jesús, es un “ aguafiestas”.