“La conciencia de la humanidad queda manchada con tantas realidades bochornosas, como cuando la vida de los niños se ven atrapadas bajo el yugo de la pobreza o trastornadas por desastres o conflictos violentos que matan y mutilan a seres indefensos; o la misma existencia de nuestros mayores, cuando es abandonada y desasistida”.
(Por Víctor CORCOBA HERRERO) En un cosmos donde podemos elegir cualquier cosa, elijamos tomar conciencia en nuestros quehaceres. En efecto, tan importante como alzar la voz es escucharse, guardar silencio para oírse y ver qué pulso nos interesa tomar como actitud de vida. Por eso, es trascendente hacer pausas, ya no sólo para tomar aliento y descansar de los tropiezos, también para interrogarse, corregirse y enmendarse, antes de que el estrés y el agotamiento corporal y emocional nos trastorne mentalmente. Está visto que únicamente, tomando conciencia de que, sólo caminando por el camino de la concordia, el mundo podrá construir un futuro mejor para todos, porque la paz puede conseguir maravillas que la guerra nunca alcanzará, trazaremos horizontes de avance humanitario y de un alto el fuego global.
Sin embargo, la conciencia de la humanidad queda manchada con tantas realidades bochornosas, como cuando la vida de los niños se ven atrapadas bajo el yugo de la pobreza o trastornadas por desastres o conflictos violentos que matan y mutilan a seres indefensos; o la misma existencia de nuestros mayores, cuando es abandonada y desasistida. Solemos contribuir, para desgracia de todos, a la descomunal polarización de las relaciones internacionales por causa de la crisis y los enfrentamientos existentes. Pese a lo dicho, se desvían recursos para dedicarlos a la fabricación y el comercio de armas. Ciertamente, nos falta alma y nos sobran falsedades, lo cual envilece la comunión y ahuyenta el espíritu fraterno y la amistad social.
No hay más que una sana rectitud para ponerla en práctica, que no es otra que la conciencia al servicio de la justicia, como tampoco no hay más que una perfección, el espíritu donante al servicio de lo auténtico. Indudablemente, todas estas virtuosas hazañas se inician mar adentro, con la genialidad de conocerse y reconocerse, cada cual consigo mismo y junto a los demás. Bajo este ejercicio de sana cognición, habrá siempre alegría. Si algún regocijo nos habita en el planeta, lo tiene seguramente el ser humano de corazón níveo. Es cuestión de examinarnos internamente, de hacernos valer y de tomar el valor del discernimiento moral como lenguaje, sabiendo que uno es, en la medida que se deja respetar, reeducándose para la convivencia.
Instruirse para adquirir percepción de la ecuanimidad, debiera estar en todos los planes formativos; y así, mejoraríamos el buen talante, que unido al fomento de que no falten oportunidades para cultivar el mejor talento, que no es otro, que la sabiduría por lo armónico, fomentaríamos de este modo que la injusticia racial, la desigualdad, el discurso de odio y la intolerancia no persistieran y, en muchos contextos mundiales, al menos disminuyesen. Sea como fuere, toda la ciudadanía tiene el derecho de actuar en conciencia y en libertad, a fin de tomar personalmente las decisiones morales que son de su incumbencia. De ahí, la significación de formar la conciencia y de esclarecer el juicio moral. Desde luego, será un buen propósito trabajar por ser ciudadanos tranquilos en tiempos convulsos.
No hay almohada más placentera que una conciencia templada. Quizás, por ello, dentro de nosotros cohabite otro ser que está contra ese oleaje inhumano, deshumanizado por completo, que nos lleva a vivir en contradicción permanente. En consecuencia, un espíritu bien formado y mejor formulado, a través de un carácter justamente desarrollado, enuncia sus reflexiones según la razón, conforme al bien verdadero, ofrendado en nuestro propio fuero interno, lo que debe hacernos comportar fraternalmente los unos con los otros. Esto demanda una transformación entre análogos, que consiste en valores, actitudes y conductas que plasman y suscitan interacciones e intercambios sociales sustentados en los principios de imparcialidad y democracia. ¡Toca renovarse para vivir!, pues.
Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor





















