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Nutrida presencia de representantes políticos y sociales. El alcalde pronuncia un discurso en el que reivindica el valor de la Carta Magna, recuerda a Adolfo Suárez y ensalza a Juan Carlos I y a Felipe VI.

A mediodía de hoy, la Corporación Municipal de Alhaurín de la Torre ha celebrado en la plaza del Ayuntamiento, junto con distintas autoridades civiles, fuerzas de seguridad y representantes de la vida social y cultural, un sencillo acto para conmemorar el trigésimo sexto aniversario de la Constitución Española. El tradicional encuentro institucional ha comenzado con el izado de la bandera nacional.

A continuación ha tenido lugar el discurso oficial, pronunciado por el alcalde, Joaquín Villanova (lo reproducimos íntegramente al final de esta nota de prensa), quien ha proclamado la importancia de festejar este fecha y reivindicar los valores emanados del texto como compromiso de todos, ciudadanía y políticos, y ha subrayado su plena vigencia a día de hoy, como ejemplo y espejo de modernidad para muchas naciones: »A pesar de los múltiples intentos por reescribir la Historia y de relativizar la importancia de los actores de aquel momento, cuando dieron el paso decisivo hacia la Democracia, lo cierto es que la nuestra es una de las Constituciones más avanzadas del mundo Occidental y es, ha sido y será ejemplo de espíritu de concordia en numerosos países. Por algo será».

El regidor ha recordado la figura del presidente Adolfo Suárez, fallecido en marzo de este año, y del primer alcalde democrático de Málaga Pedro Aparicio, quien murió en septiembre, y ha ensalzado al Rey Juan Carlos por su decisivo papel en la Transición y por su generosidad al abdicar este mismo año en favor de Felipe VI  »Se cierra una etapa brillante y comienza otro periodo, marcado por la estabilidad en la Corona y el aumento de la valoración positiva que de esta alta institución del Estado tienen los españoles desde que Felipe VI llegó al trono. Si de algo estamos seguros la gran mayoría de los aquí presentes es de que la Jefatura del Estado queda en muy buenas manos, con un estilo moderno, fresco y cercano al pueblo, que permitirá extender el legado».

Al término del discurso, se ha procedido a la interpretación del himno nacional por parte de la Banda Municipal de Música de Alhaurín de la Torre, que posteriormente, una vez concluido el acto, ha amenizado a los presentes con un pequeño concierto.

 

TEXTO ÍNTEGRO DEL DISCURSO OFICIAL DEL ALCALDE

 

Como todos los años, nos congregamos aquí, en la plaza del Ayuntamiento, representantes de la vida social, económica y política de Alhaurín de la Torre, para celebrar juntos el aniversario de la aprobación, por parte de todos los ciudadanos y ciudadanas, de la Constitución Española de 1978.

Antes de comenzar este discurso, quiero recordar a uno de los más importantes personajes de la Historia Contemporánea de España y de Europa, nuestro presidente Adolfo Suárez, el hombre que pilotó la transición democrática en un quinquenio apasionante, de 1976 a 1981. Suárez falleció en marzo de este año, pero dejó un legado de libertades y de convivencia, pese a los tiempos convulsos que le tocó vivir, que pasó inexorablemente con la redacción de nuestra Carta Magna. Descanse en paz y que nunca olvidemos su decisiva aportación a la vida democrática de nuestro país.

También me gustaría dedicar un recuerdo al primer alcalde democrático de la ciudad de Málaga, Pedro Aparicio, que murió este pasado mes de septiembre, y que puso los primeros cimientos de modernidad, además de su encendida defensa de la Constitución en todo momento. Descanse en paz.

Hoy, 36 años después de aquél referendum, España acumula el período de mayor libertad,  prosperidad y reconocimiento de las peculiaridades regionales y municipales de nuestra historia.

A pesar de los múltiples intentos por reescribir la Historia y de relativizar la importancia de los actores de aquel momento, cuando dieron el paso decisivo hacia la democracia, lo cierto es que la nuestra es una de las Constituciones más avanzadas del mundo Occidental y es, ha sido y será ejemplo de espíritu de concordia en numerosos países. Por algo será.

Este acto que hoy celebramos es ya una cita tradicional en la que los ciudadanos y ciudadanas de Alhaurín de la Torre, nos felicitamos por el éxito de nuestra Carta Magna y, hacemos votos para que por muchos años, siga salvaguardando nuestros derechos y defendiendo nuestra libertad.

La Constitución de 1978 fue el resultado de un intenso y emocionante esfuerzo social, político y porque no decirlo, intelectual, que llevó a los representantes del pueblo español a elaborar una Constitución para todos, una Constitución que contuviera derechos democráticos inalienables, que garantizara su posterior desarrollo normativo, con la que todos estuviéramos defendidos, protegidos y tratados de igual a igual. Y todo parte de la convicción democrática de un Rey, Juan Carlos, que supo desde dentro, con sabiduría y paciencia, darle la puntilla al régimen franquista, propiciar y encauzar el cambio que se avecinaba.

Precisamente este año 2014 ha sido el elegido por el monarca para abdicar en favor de su heredero Felipe, con lo cual se cierra una etapa brillante y comienza otro periodo, marcado por la estabilidad en la Corona y el aumento de la valoración positiva que de esta alta institución del Estado tienen los españoles desde que Felipe VI llegó al trono.

Si de algo estamos seguros la gran mayoría de los aquí presentes es de que la Jefatura del Estado queda en muy buenas manos, con un estilo moderno, fresco y cercano al pueblo, que permitirá extender el legado que nos brindaron, entre otros muchos, Juan Carlos I y Adolfo Suárez.

Pero por mucho que hubiera algunos actores determinantes para llevar a buen puerto este proceso, el mérito final recayó en el conjunto de la ciudadanía española, sin duda. La Constitución de 1978 es el resultado de un intenso y emocionante esfuerzo social, político y porque no decirlo, intelectual, que fue refrendado finalmente en las urnas. El Pueblo español apostó por una texto integrador que recogiera todos los derechos y libertades. Es, sin duda, la Constitución de todos.

Es el resultado del trabajo que, de manera inteligente, eficaz y generosa, llevaron a cabo los parlamentarios para hacer de ella el punto de encuentro de la inmensa mayoría de los españoles, que ansiaban vivir en libertad, en paz y en armonía los unos con los otros. Y entre todos dijimos que sí a esta ley de leyes. Y es la Constitución del consenso y de la concordia, porque cuando fue elaborada, todas las sensibilidades políticas tuvieron que ceder en sus ideas, proyectos, planteamientos y pretensiones. Y no hubo mayor expresión de generosidad que entonces.

Nuestra Constitución es, sin lugar a dudas, la Constitución del éxito. Porque ha conseguido que una amplísima mayoría de los españoles podamos vivir juntos  progresar juntos y compartir solidariamente los trabajos y los problemas que la vida en común nos presenta. Y así, durante 36 años.

Somos plenamente conscientes de que el sistema no es perfecto y que siempre habrá cosas que se puedan mejorar, como en todos los ámbitos de la vida. Ocurre en los poderes públicos, en las instituciones, en las leyes y, por supuesto, en la Constitución. Todo es mejorable y todo tiene sus puntos oscuros. Pero lo que es innegable es que esta Constitución ha funcionado y funciona.

Ha sido el garante y equilibrio necesario para atender a la diversidad territorial de España sin renunciar a la unidad del Estado. Las cotas de autogobierno regional son admiradas en todo el mundo y muchas naciones y estados se han inspirado en nuestro modelo que, sin ser perfecto, sí es justo, solidario y promotor de la convivencia entre las comunidades. Por eso, 36 años después, y con sucesivos ajustes de los estatutos de autonomía, y sobre todo, la voluntad de entendimiento entre los gobernantes, la cordialidad y el respeto entre los territorios ha logrado que uno de los objetivos fundamentales de la Constitución se cumplieran: el de todos los españoles libres e iguales ante la ley.

Asistimos últimamente a intentos exagerados de romper la baraja de la unidad, apostando por la división, la secesión y, lo que es peor, el odio entre las comunidades que conforman este gran país. No seré yo quien se rasgue las vestiduras en un día como hoy, que celebramos la esencia de los valores democráticos, pero sí dejar claro que en ningún país del mundo se puede enarbolar bandera alguna sin cumplir la ley.

El imperio de la ley está por encima de todo y de todos y nadie se la puede saltar a la torera. Pero no es solo eso: la unidad bien entendida nos hace fuertes y la división nos debilita a todos. Y no solo en términos económicos; hablo también del aspecto social, humano y de la convivencia. El respeto entre los pueblos ha de ser bidireccional, recíproco. No se puede reclamar respeto a una identidad cuando quienes lo exigen no respetan siempre la identidad del resto.

Y la historia ha demostrado que en esta península ibérica es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Y estar fuertes y unidos es lo que nos permite apretar los dientes a las duras y compartir el bienestar a las maduras.

Un claro ejemplo lo estamos viviendo estos años. Después de cinco años nefastos, con una crisis de efectos devastadores para buena parte de la población, este país llamado España comienza a salir del agujero. Y lo está haciendo antes y mejor que los grandes países del entorno comunitario. La desconfianza de los mercados y la galopante deuda pública nos ahogó, pero ahora empieza a ser un mal recuerdo.

El trabajo riguroso del Gobierno de la Nación y la inevitable política de ajustes y control del gasto, quizá poco explicada y a veces mal aceptada por la ciudadanía, comienza a dar sus frutos.

El paro se ha reducido en casi 600.000 personas; el país lleva seis trimestres, es decir, año y medio, de crecimiento. Estos indicadores, es verdad, aún no se ha traducido en el bolsillo de una gran mayoría de los españoles, pero están marcando una tendencia imparable hacia arriba: es la confirmación de la salida de la recesión y al igual que hace tres años éramos el lastre de Europa, ahora podemos decir que, al menos, estamos en el grupo de cabeza para seguir avanzando y mejorar las condiciones sociolaborales de los españoles y de los europeos.

Una España fuerte y unida es como una Europa fuerte y unida. No hay mejor ejemplo. La Unión Europea nació de las cenizas de una Europa tocada moralmente y hundida económicamente tras la II Guerra Mundial. Sus creadores pelearon por la reconciliación entre los países enfrentados por la contienda, pero unidos por unos intereses comerciales que, muy pronto, empezaron a dar sus frutos.

Hoy, Europa constituye un mercado fuerte y estable, compuesto por 28 estados, con una moneda común, que son el contrapeso del poder económico norteamericano y asiático. Un contrapeso imprescindible y necesario. Imaginemos una Europa debilitada como la de 1945 y rota por todas sus costuras. ¿A que resulta inconcebible?

Pues con este ejemplo quiero dejar claro, señoras y señores, que la unión fortalece y la división debilita. No nos podemos permitir poner en peligro el  legado de consenso y reconciliación que los españoles disfrutábamos desde hacía décadas. Serían demasiados pasos hacia atrás, insisto, y no solo en lo económico.

Nosotros, los que hacemos política, tenemos que dar ejemplo a la ciudadanía de respeto y entendimiento. Todo diálogo es posible, pero nadie puede imponer condiciones previas, salvo, eso sí, las que marca la ley, que es igual para todos.

A pesar del descrédito actual de la clase política, por culpa de la corrupción y el mal proceder de algunos aprovechados y sinvergüenzas de todas las siglas, los que ostentamos cargos en los poderes públicos tenemos que hacer un esfuerzo por entendernos, por seguir siendo depositarios de la voluntad popular que, no lo olvidemos, nos es prestada cada cuatro años.

Apelo desde aquí al espíritu generoso y constructivo que la Constitución nos imprimió para contribuir a regenerar el clima enrarecido de hoy en día; para lograr que los ciudadanos nos perciban como gestores de los asuntos públicos y no como el origen del problema; para conseguir, en suma, recuperar al 100% la legitimidad de nuestros actos, rescatando para ello la voluntad de servicio público que nunca debió abandonar ninguno de los dirigentes políticos.

Cierto es que pagamos justos por pecadores, pero no basta el lamento de que a veces se nos juzga de forma injusta, sino que hay que reflexionar: los políticos honrados, que somos mayoría, lograremos aislar a los vividores que se pusieron una vez el traje de políticos. Impulsar la regeneración desde dentro, con medidas implacables para los corruptos, y aplicar austeridad y sentido moral al proceder diario de los que tenemos responsabilidad de gobernar, se antojan como recetas indispensables.

Ese comportamiento, precisamente ese, es el que nos dimos hace 36 años con la Carta Magna y el espíritu que emanaba. Los políticos estamos para ayudar a generar empleo, propiciar la recuperación, aumentar la confianza y trabajar para resolver los problemas de la ciudadanía. Reforcemos pues nuestro compromiso de seguir caminando por esta senda y no por otra. Solo así recuperaremos el crédito perdido y se nos percibirá como defensores auténticos de los valores, principios, libertades y derechos que figuran en la Carta Magna.

Señoras y señores: 47 millones de españoles y españolas siempre han representado la parte más importante del texto constitucional. Las personas, los hombres y las mujeres de este país, sus derechos y libertades, adquieren la mayor significación como seres humanos y como personas libres e iguales gracias a nuestra Constitución. Y también su posterior desarrollo normativo en las leyes.

La especial protección de la infancia y de los grupos más desfavorecidos o en riesgo ha adquirido un especial protagonismo con el curso de los años y los poderes públicos han ido definiendo legalmente, con sus leyes y sus actos administrativos, toda una batería de acciones en favor de ambos. Pues bien: nada de esto habría ocurrido sin esta Constitución.

A veces se abre el debate sobre la reforma constitucional y yo me pregunto, como alcalde y como diputado, si no es más lógico, rápido y efectivo ir redefiniendo y actualizando las leyes actuales para adaptarlos a los tiempos. Es como el jardinero que limpia y despeja las ramas del árbol, pero mantiene con cambios mínimos el gran tronco y, sobre todo, las raíces. Nosotros actuamos como jardineros, regando cada día y mimando ese tronco y esas raíces, con auténtica convicción democrática.

No puedo aceptar que se invoque a la crisis económica o al descrédito de la política o se cuestione la legitimidad del sistema parlamentario o electoral con el único objetivo de formular una enmienda a la totalidad, en la que nada vale, ni siquiera la Constitución. No puedo tolerar que se hable alegremente de sistema podrido o de que se relativice el mérito de quienes pilotaron la Transición, o de culpar de todo a los políticos, los banqueros, los lobbies o, sencillamente, al capitalismo.

Esta es una moda peligrosa que deriva en radicalidad, en fractura social y, mal llevado, podría rescatar viejos fantasmas y enfrentamientos. Por desgracia, de todo esto tenemos suficientes ejemplos en la convulsa Europa del siglo XX, si bien, como dije antes, fue la voluntad inquebrantable de personas de bien la que abrió la vía para la reconciliación, el entendimiento, la unión de los pueblos europeos y, por consiguiente, su rearme moral, social, económico y político.

Eso empezó a fraguarse en la Europa de los años 50 y tuvo que ser 28 años después cuando le llegara el turno a España, con una transición modélica y generosa que no puede ser puesta en tela de juicio por el capricho de unos pocos, aunque cierto es que el diagnóstico formulado pueda resultar veraz.

En un día como hoy, lo dije antes, es necesario asumir el legado de respeto, consenso y convivencia generado en la Transición y que nuestra Constitución recogió en una serie de principios fundamentales, encarnado en una frase clave: “España es un Estado social y democrático de derecho”. Desde Lérida hasta Algeciras, desde Fuerteventura hasta Lugo o desde Menorca hasta Donosti, todos y cada uno de los ciudadanos españoles somos iguales.

Y las Comunidades Autónomas han de velar por esa igualdad con altas dosis de solidaridad interterritorial, como hasta ahora. El modelo ha funcionado y quizá solo necesite algunos retoques, pero insisto en que resulta inapropiado, a mi juicio, cuestionar toda la organización del Estado, poner en entredicho el sistema político o, lo que es peor, criticar que la Democracia española y la Soberanía Nacional están secuestradas.

Los políticos podemos y debemos comprender que cuando el ciudadano padece los latigazos de la crisis, cuando la pobreza ha aumentado su umbral que toca directamente a las clases medias, y cuando en la clase política conviven algunos sinvergüenzas que esquilman las arcas públicas con malas artes, haya ganas de cambio.

Pero los cambios no pueden ser radicales ni extremistas, sino que han de ser fruto de una sesuda labor que implique a todos los actores y agentes, por supuesto, contando con los poderes Ejecutivo y Legislativo.

Y si la ciudadanía así lo decide, que exprese legítimamente su mensaje a través de las urnas o cualesquiera de los canales de participación pública legalmente establecidos, que los hay a centenares. Precisamente esa es la virtud de la Constitución: que prevé todos los mecanismos posibles, dentro de la ley, para que se oiga la voz de la calle.

Pongamos, pues, en valor nuestra Constitución  con su espíritu de libertad, de tolerancia y de pluralidad, por supuesto, con espíritu crítico, no faltaba más. Pero permítanme decirles que no todo vale. Hay quienes reclaman respeto y tolerancia para sí y, sin embargo, su propuesta solo pasa por destruir las reglas del juego en su totalidad. Esto hay que decirlo alto y claro.

Ser demócrata es aceptar lo que diga la mayoría y, a día de hoy,  millones de españoles piensan que este modelo, con sus luces y sus sombras funciona razonablemente bien y que nos ha dado herramientas a varias generaciones de conciudadanos para lograr el progreso obtenido en 36 años.

En 1978 triunfó el deseo de olvidar las querellas, los enfrentamientos, las heridas que habían enfrentado a los españoles durante siglos. Hoy, como entonces, también queremos que el pasado no pese más que el empeño por hacer mejor nuestro presente.

Aquel año, triunfó la ilusión por compartir un futuro de libertad y prosperidad para todos los españoles. Hoy, como entonces, también queremos construir juntos ese futuro.

Un futuro en libertad, un futuro con solidaridad, un futuro en el que no haya Comunidades Autónomas ricas y pobres, pueblos ricos y pobres. Un futuro que recupere el espíritu de concordia que algunos Estatutos de Autonomía, podrían poner en riesgo, al no mirar al resto de los españoles con responsabilidad.

En 1978, los españoles supimos entender a los demás, fuimos empáticos, sacrificamos parte de las aspiraciones propias y conseguirmos que lo mucho que nos unía estuviera por encima de lo poco que nos separa.

Ahora, 36 años después, queremos seguir buscando todo lo que tenemos en común, que es, en primer lugar, el deseo de un futuro en libertad y prosperidad. De momento, en lo económico, se empieza a vislumbrar la luz al final del túnel, por lo que ese futuro próspero está más cerca que lejos, sin duda.

Y es por ello que hoy, desde nuestra tierra, desde Alhaurín de la Torre, queremos reiterar nuestra fidelidad al espíritu de concordia, de consenso y de generosidad que está detrás del texto de nuestra Constitución. Porque Alhaurín de la Torre, y lo ha demostrado, es un pueblo orgulloso de sus tres banderas: la alhaurina, la andaluza y la española. Y un pueblo orgulloso de su Constitución y su democracia.

Por eso, deseo terminar mi discurso dando las gracias a todos los defensores de nuestro texto constitucional y de nuestras leyes, porque quienes lo hacen, aman su país y aman las libertades públicas y los derechos  civiles que tanto trabajo costó reunir. Rindamos, pues, el merecido homenaje a la Constitución española, en la que todos cabemos y que a todos protege, digan lo que digan algunos agoreros.

Para terminar, quiero darle las gracias de corazón a todos los aquí presentes y desearles un muy feliz Día de la Constitución».