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(Antonio Serrano Santos) Cuando yo era niño, hace ya muchísimos años, jugábamos al fútbol con una pelota de trapo.  En plena calle, lloviera o no.  Cogíamos unas chapas, las tapas de las botellas de cerveza, le pegábamos las caras recortadas de los futbolistas de nuestro equipo preferido y con un garbanzo de balón, impulsando con el dedo haciendo de elástico con el pulgar, disparábamos el garbanzo hacia la portería, dos piedrecitas o dos chapas, y ése era nuestro futbolín. Nos cambiábamos los cromos de nuestros deportistas hasta formar el equipo. Zamora, Gainza, Quincoces, Zarra, Molovni… Éramos hinchas sin odio, sin peleas, rivales, no enemigos. ¡Cómo disfrutábamos! La imaginación y la ilusión suplía, con gozo y pobremente, la realidad de nuestra presencia en los campos de fútbol.    El Real Madrid era de Madrid. El Sevilla, de Sevilla. El Málaga, de Málaga. El Granada, de Granada. El Oviedo, de Oviedo…Orgullo local. Hoy, nadie representa a nadie. Es una babel futbolística que no se sabe si defienden sus colores y su localidad de origen o simplemente ganar, las primas, los sueldos… En un mundo en crisis ¿ cómo es posible que los campeones reciban seiscientos mil euros cada uno, más sueldos, etc., etc.
     Con raras y dignas excepciones, la deportividad, demasiadas veces, es deshonrada con agresiones, insultos, protestas injustificadas, entre los jugadores, con el árbitro, o éste claramente partidista, dentro del campo. ¿Y fuera? Los hinchas. Una jauría salvaje sobrepasando el límite de lo humano para convertirse en puro instinto de la ley de la selva, de la ley de Linch. Incendios, masacres, asalto al campo. Niños, mujeres…llorando, pataleando, rabiando. ¿ Y luego? Han pagado su entrada, cueste lo que cueste. ¿Crisis?. No importa. “ Pan y espectáculos”. La Humanidad está tomando un ritmo de puro materialismo y desenfrenado afán de diversión máxima e inmediata. Olvida su trascendencia. Hemos nacido para cosas mayores y más nobles. Nuestro destino está en las estrellas, no en la tierra, que, más pronto que tarde, abandonaremos, queramos o no.  Noble es el deporte. Toda clase de deporte. Eso de “ Mens sana in corpore sano”.  Lo de “ mens sana…”, eso, hoy, ya no estoy tan seguro.  Veo a algunos deportistas que, al salir al campo, o a competir, se santigua rápidamente, miran al cielo, como Iker dedicando a su amiguito muerto, su jugada. El silencio respetuoso por la muerte de un compañero. Me gusta el deporte, pero más, la deportividad. Hay que volver a ella o esa ambición, esa babel, esa deshumanización deportiva, ese circo romano de gladiadores en el campo, azuzados por ese pueblo fanatizado, cruel, sediento de sangre,  como las fieras, nos devorará a todos. La Historia, maestra de la vida,( Magistra vitae), se repite, pero somos muy malos alumnos que no acabamos de aprender sus leccione